Sobre la identidad transexual: una construcción social e individual
- David E. Rojas Rodríguez
- 13 ago 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 16 ago 2020
Una de las expresiones que ponen en evidencia la desigualdad, la exclusión, la incapacidad de aceptar lo distinto y la crisis de la democracia, es la prostitución; concretamente, la prostitución de los transexuales, pues le añade una carga doble a su condición: no solo es trabajador sexual, sino que rompe con el binario hombre-mujer normalizado en la sociedad, y esto tiene connotaciones negativas para los sujetos involucrados con esta práctica. En ese sentido, el escenario propuesto por el filme "Tangerine" nos propone una problematización sobre las prácticas de prostitución, en el sentido de poder concebir una realidad que nos es ajena, pero que constituye un sector importante en lo que refiere a practicas y relaciones sociales, así como también a una forma de producción.
¿Por qué nos es ajeno este tema o, en concreto, estos actores? Siempre llegaremos a la misma conclusión: el orden sexual históricamente construido y reproducido por herencias eclesiásticas occidentales, ha sido uno de los grandes limitantes, no solo del conocimiento, sino también de los vínculos humanos. Esa concepción del ser humano como extensión infinita de las figuras retóricas de Adán y Eva ha promovido una rectitud en el pensamiento y las acciones que nos recubren hasta el momento, por lo cual, el sujeto, afanoso por encontrar orden y sentido a su vida, incorpora ese discurso y lo rige al pie de la letra bajo el miedo al pecado que le infunde la institución religiosa. En términos muy generales, esta es la posición que encuentro al respecto del desprecio a estos escenarios.
Para el plano más particular, he de describir algunas de las particularidades de esta vocación y la manera en la que repercute la vida de los sujetos inmiscuidos en ella. Se puede evidenciar, en ese sentido, que es una actividad, en la mayoría de sus casos, que se produce por la no aceptación de la comunidad transexual en ámbitos laborales y sociales “normales”; los trans solo han encontrado una forma de representar un lugar en la sociedad: construyendo comunidad con aquellos que tienen por común su misma condición de sublevación con los cromosomas que le fueron asignados "naturalmente". Incluso, en la práctica de la prostitución, se les administra un espacio concreto y apartado para su trabajo, pues no se pueden mezclar las mujeres con aquellos sujetos “transformados” en mujeres, pues la clientela que acude a estos espacios busca un servicio en particular, realizado por un tipo de actor especial, es por ello por lo que ocurre el sesgo en el trabajo. Por este tipo de situaciones, siempre se suelen presentar a estas ocupaciones como posiciones adversas, llenas de desgracias y desventuras. Y nada más cercano a la realidad, esto es cierto, pero no por la labor en sí (a quién le guste comerciar con este servicio, está en todo su derecho, pero no es la decisión más prioritaria), sino por las condiciones en las que se opera, pues al ser una práctica marginada, no se le presta atención y sus espacios son deplorables, alejados de las zonas estéticas de la ciudad, y en un horario de poca concurrencia civil, que expone a estos actores en potenciales situaciones de peligro. Aquí su seguridad no es tenida en cuenta.
Toda una serie de temas alrededor de esto pueden tener el matiz de ser una interesante reflexión sociológica en la medida en que se pueda acceder a esta realidad y dar voz a los actores que en esta participan, pero una cosa es lo que analiza el sociólogo, y otra muy distinta lo que la sociedad normalice, es por ello que todavía se está lejos de cambiar la perspectiva y dotar de una serie de garantías a esta población para que no sea categorizada como “lo extraño” o “lo otro”, pues aunque sus características biológicas determinen su constitución primaria o natural, es solo a través de un proceso racional construido por el sujeto que se opta por poseer una apariencia, e incluso unas motivaciones concretas.




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